21 de Julio, 2025
A principios de la década del ‘40, Walt Disney y su equipo hicieron una gira por varios países de Latinoamérica. No es que estuviesen particularmente interesados en la cultura, tampoco eran unas vacaciones ni un viaje netamente laboral. Era parte de un proyecto que estaba liderando el Gobierno de los Estados Unidos, y llevaba por nombre La política del buen vecino.
Para Estados Unidos, ser un buen vecino era mucho más que tener buenas relaciones diplomáticas en privado. En la época en que se seguía peleando la Segunda Guerra Mundial, ser un buen vecino implicaba alejar a la región de las influencias del Eje —Italia, Alemania y Japón— y ganar la simpatía y el favor de Latinoamérica entera. Bastante astutos: en lugar de enviar al carismático Franklin D. Roosevelt, el presidente de EE. UU. en ese entonces, que estuvo en la oficina oval hasta su muerte en 1945, llevaron a Walt Disney y usaron a su compañía como la punta de lanza de estos encuentros. Probablemente, la única persona con más influencia que Roosevelt en toda Norteamérica.
Estados Unidos y Disney sabían que la propaganda clásica no sería suficiente, así que la compañía de animación quiso dejar símbolos culturales para Latinoamérica. De la mano de Walt Disney e ilustradores locales, se hicieron una serie de cortometrajes que abordaban la cultura de algunos países de la región. Crearon a José Carioca para Brasil, a Pedro el avioncito para Chile, vistieron a Goofy de gaucho para representar a Argentina, y le dieron vida al gallo mexicano Panchito Pistoles.
Pedro el avioncito, cuya misión en la película “Saludos amigos” era cruzar la cordillera para llegar hasta Mendoza.
Sin embargo, no todo salió de acuerdo al plan estadounidense: si bien se mostraron ciertos lazos de simpatía, y una astucia particular y envidiable de cómo llegar a acuerdos con otras latitudes, muchos criticaron el fin de esta amabilidad transnacional con la llegada de la Guerra Fría, y alegaban que los personajes que se crearon para La política del buen vecino eran, en realidad, estereotípicos.
Tal vez por eso nunca protagonizaron sus propias series de películas, no tuvieron cameos en las de Mickey ni las del pato Donald, ni tampoco se transformaron en corpóreos para recibir a los visitantes de las atracciones de los parques temáticos de Disney, una compañía que sigue vendiendo sueños, fantasías y experiencias hasta el día de hoy.
Disney es una corporación que ha sabido ir, incluso, más allá de las negociaciones y de liderar relaciones diplomáticas. Disney siguió creciendo y supo posicionar su marca y sus personajes dentro del imaginario colectivo. Y, por supuesto, algo que no podría haberse quedado fuera, es su maestría logística en la gestión de su inventario.
Si visitas Disney World, en Orlando, Florida, no vas a encontrarte con Pedro el Avioncito, sin embargo, sí te encontrarás con más de 70,000 cast members, miembros del staff que pasean uniformados por el parque de atracciones. Cada uno llevará un uniforme, y muchos tendrán varios esperándolos en su ropero, diseñados específicamente para su rol y el área temática en que trabajan. Princesas, astronautas, exploradores, Mickey Mouses. Cada uno con la talla correcta y disponible para el turno de los cast members.
Cada uno de estos uniformes es parte de la narrativa de Disney. No es solo ropa: son piezas clave para la inmersión de los visitantes. Aquí, los equipos de abastecimiento no solo compran tela: buscan materiales que resistan el calor de Florida, sean cómodos para un día de trabajo y puedan durar mucho tiempo. Cada negociación incluye telas, cierres, botones y adornos.
Sin embargo, la logística inversa es, probablemente, la tarea más titánica de la administración Disney. Cada traje requiere sus propios lavados, planchados y reparados, eso está claro. Sin embargo, al terminar el día ningún cast member prepara un bolso para llevarse el uniforme a casa y lavarlo. Para esto, Disney ha desarrollado un sistema de logística inversa complejo y preciso. Al final de cada turno, los portadores de los disfraces buscan puntos para depositar sus trajes; después, enormes camiones los llevan a la lavandería central, los procesan, lavan, arreglan sus desperfectos y los entregan listos para el siguiente turno. Cada día se lavan cerca de 285,000 kilos de ropa.
A la mañana siguiente es como si jamás hubiese habido un traje sucio. Los puntos de distribución de los disfraces están impecables a lo largo y ancho de todo Disney World, repartiendo las prendas para cada uno de sus próximos ocupantes, manteniendo la especificidad y eficiencia en la calidad y las tallas.
La eficiencia y la precisión que Disney aplica a algo que parece tan básico como la gestión de sus uniformes se lleva a otro nivel en cuanto a sus volúmenes. Con miles de personas involucradas en sus procesos, la gestión de inventario es un reflejo de los desafíos que enfrentan las empresas en sus propias cadenas de suministro. Desde la definición de requisitos, como el diseño del uniforme; la selección de proveedores; la gestión del inventario, y con un especial énfasis en la logística de entrega y recolección.
Puede parecer un ejemplo cotidiano, sin embargo, también es el ejemplo de una compañía que lleva la eficiencia a escalas grandiosas y complejas: ya sea negociando su buena voluntad en tiempos de guerra, o manteniendo la ilusión en los parques temáticos.
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