Por Max Díaz
							20 de Octubre, 2025
1986 fue el Mundial donde Diego Armando Maradona alcanzó su cumbre. En los registros de la época, se le ve con la camiseta de entrenamiento de Argentina, de un azul deslavado con el logo de Le Coq Sportif, la marca deportiva francesa, haciendo jueguitos con el borde interno y manteniendo la pelota en el aire solo en sus hombros. En ese mismo Mundial, durante los cuartos de final, hizo dos de los goles más recordados del fútbol: La Mano de Dios y El Gol del Siglo. Para Maradona y los argentinos, sobre todo el gol con la mano representaba una victoria simbólica, una especie de justicia tras las heridas que la Guerra de las Malvinas había dejado apenas cuatro años antes.
Ese Mundial, la selección argentina levantó la Copa del Mundo por segunda vez, liderados por el 10 de la albiceleste, que marcó cinco goles y dio cinco asistencias para llevarse el trofeo.
Pero aunque el Mundial de México 1986 suele ser recordado por las proezas futbolísticas del Diego, el país anfitrión estaba pasando por una de sus crisis más grandes. México vivía un momento difícil, que afectaba a prácticamente todos los niveles de la sociedad, y poder organizar el Mundial significaba una tarea titánica, tanto en términos de logística como de compras —por la volatilidad de los precios— y el suministro.
El gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado apenas tenía energías para levantarse. México venía entrando a la llamada Década Perdida, una crisis que recorrió toda Latinoamérica desde principios de los ‘80. En 1982, México se declaró en una moratoria temporal del pago de su deuda externa. Las puertas al crédito internacional se cerraron de golpe, y el país se vio obligado a negociar nuevas condiciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la banca acreedora.
El estado entró en una lógica de reducir el gasto lo más posible. Rápidamente comenzaron a aplicar políticas de ajuste estructural y una austeridad dramática. La estrategia del Estado era generar superávit con sus propios ingresos para poder pagar los intereses de la deuda. Si bien parecía un buen plan al principio, los servicios básicos comenzaron a resentirlo: la salud, la educación y la inversión productiva vivieron una caída en su calidad y capacidad. No es ninguna sorpresa que esto también haya tocado el bolsillo de los ciudadanos: los sueldos se devaluaron y la inflación comenzó a crecer. Junto con la moneda, el bienestar y la certeza también cayeron.

Inflación en México, con evidentes peaks en 1982 y 1987.
A pesar de la crisis, la localización del nuevo Mundial ya había sido definida, y México esperaba ser un anfitrión a la altura del torneo. Llegó septiembre del ‘85, y la impredecible naturaleza azotó al país. Un terremoto de 8.1 en la escala Richter sacudió al Pacífico. Aunque la capital estaba a casi 350 kilómetros del epicentro, el suelo blando de la cuenca amplificó las ondas sísmicas y la capital quedó hundida en el caos.
Las pérdidas se estimaron en un 2.4% del PIB de ese año, y dañó incontables edificaciones, incluyendo infraestructuras clave y edificios gubernamentales. En un principio, las personas no estuvieron contentas con la gestión del Gobierno frente al sismo: su política del ahorro los llevó a mostrarse indecisos, tardando incluso en aceptar la ayuda internacional que les ofrecían, y la desconfianza siguió creciendo.
Ahora, el Mundial no solo debería competir con los desafíos de la deuda externa, sino también con los de una catástrofe natural y humanitaria. La sociedad civil comenzó a agruparse y organizarse para brindarse ayuda durante el desastre, una medida popular que llegó a debilitar el control político del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Parecía que el único consuelo financiero que le quedaba a México era seguir contando con los precios del petróleo. Para 1986, el crudo era la principal fuente de divisas para el país, sin embargo, a principios del año del Mundial, la caída de los precios generó pérdidas por cerca de 8,500 millones de dólares.
El Estado se encontraba prácticamente en bancarrota. Las personas, los medios y la televisión habían acuñado la frase El PRI no tenía dinero para explicarse —a sí mismos y al resto— por qué la pobreza se había disparado y la falta de los servicios más básicos era evidente. Sin embargo, México no levantó la alerta frente a la FIFA y, al parecer, el ente fiscalizador del fútbol tampoco se sintió demasiado inquieto por la situación tributaria y de infraestructura mexicana.

Terremoto de 1985 en México. Fotografía de Gavino Lezama.
En un momento, los representantes tuvieron que sentarse a la mesa. Y la FIFA le extendía a México una posible solución para su crisis de cara al Mundial: los mexicanos ya tenían una infraestructura importante que habían construido para el Mundial de 1970. El terremoto no la había destruido y, al parecer, las instalaciones estaban en condiciones de usarse para jugar el campeonato.
Pero el representante de la FIFA mostró otro contrato en la mesa de los directivos. Uno en el que se apuntaba el compromiso a hacer del Mundial un negocio autofinanciable e internacionalizado. O sea, debían generar lo suficiente para pagarse a sí mismos. Esto obligaba a México a entregar garantías financieras. Y es que claro, el PRI no tenía dinero, pero el Estado aún tenía su palabra.
La primera exigencia de la FIFA sería que el Mundial completo se financiase con los ingresos propios generados por él: boletos para los partidos, patrocinios y derechos de transmisión. Debían asegurar, además, que los ingresos para la federación —que sumaba un 10% de las ganancias— y los de las asociaciones participantes —otro 65%— se pudiesen remitir libremente en dólares o francos suizos. No querían pesos mexicanos, sino asegurar la entrada y salida de divisas en la época de un control estricto en materias de cambio monetario.
También le presentaban a México la necesidad de importar equipos técnicos. La presión de la FIFA, que se venía sumando a la que aplicaba el FMI por la deuda externa mexicana, llevaron al país a adherirse al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en julio de 1986. El fútbol y la deuda marcaban así el inicio de una apertura comercial inesperada, que permitiría que el abastecimiento estratégico también entrase al país. Gracias a la garantía de libre importación de material, que parecía imposible para una economía proteccionista, se pudo completar la logística de insumos. Ahora los equipos para transmitir los partidos por la televisión y la inmortal pelota adidas Azteca podían entrar a México.

adidas Azteca. La pelota oficial del Mundial de México ’86.
Con el país sumido en un caos relativamente controlado, las delegaciones deportivas creían que los hoteles serían un lugar seguro para sus jugadores y sus equipos médicos y técnicos. Frente a una situación económica volátil y frágil, la FIFA temía que los valores del alojamiento se disparasen de un momento a otro, así que también impusieron a México que los precios de los hoteles deberían congelarse, para poder controlar los presupuestos para visitantes y equipos internacionales.
El transporte y la logística nacional parecían ser el último gran problema. Motivado por la crisis, el presupuesto para la inversión pública había caído en un 55% para 1986, pero aún quedaban caminos que habían sido construidos para el Mundial del ‘70, permitiendo, además, la movilización adecuada de los equipos.
México no tenía la sartén por el mango al momento de negociar las condiciones del Mundial. De hecho, parecía ser más una misión de rescate desde la FIFA hacia el gigante latinoaméricano, sin embargo, el Estado tenía algo bastante claro: las utilidades comerciales significarían un alivio a corto plazo. Y, sin sacrificar la rentabilidad fiscal, todo el dinero que entrase seguiría ayudando para hacer que el país se volviera a poner de pie.
El Comité Organizador del Mundial proyectó una utilidad comercial total, que se distribuía según el acuerdo con la FIFA. Se estimaba que México se quedase con el 25% de los 53 millones de dólares proyectados, llegando a recibir utilidades por más de 13 millones de dólares.

Jorge Burruchaga marcándole a la República Federal Alemana.
Pero lo más fuerte no fue, en realidad, lo que entró al fisco gracias a los boletos cortados. El Mundial de México permitió un flujo comercial fuerte en dólares gracias al turismo, la publicidad y los derechos de transmisión. México parecía estar logrando algo más que solo recaudar: proyectó una imagen de estabilidad durante la profunda crisis ante toda la región.
La gestión de compras y un abastecimiento estratégico y flexible bajo condiciones extremas fueron la piedra angular del Mundial de México ‘86. Su apertura comercial inesperada funcionó como un catalizador para la integración de México al GATT, mostrándonos cómo los grandes proyectos pueden incidir en las políticas comerciales de los países para asegurar el suministro. Lo mismo para la gestión de riesgos de los departamentos de Compras: el congelamiento de los precios mitigó el riesgo de sobrecostos para las delegaciones internacionales, y aseguró una proyección más clara sobre los presupuestos de cada nación.
El éxito logístico de un Mundial en un estado en bancarrota se basó en la estrategia, la reutilización de activos, la flexibilización forzada de precios y nuevas políticas comerciales que, de no ser por la pelota, probablemente no se habrían alcanzado.
Compártelo con tu red y sigamos fortaleciendo juntos la comunidad de líderes en compras y procurement en Latinoamérica.