Por Max Díaz
10 de Noviembre, 2025
Los primeros reportes llegaron desde Inglaterra. Los informes de la época hablaban de una extraña y breve enfermedad, con síntomas que parecían leves, pero que no se habían visto juntos con anterioridad. Al menos, no así: dolores de cabeza, dolor en el cuerpo, náuseas.
Después, comenzaron a reportarse misteriosos bultos negros e hinchados, que aparecían cerca de las axilas y las ingles. Los bubones eran negros y purulentos, así que le dieron ese nombre a la enfermedad: peste bubónica. La última etapa de la enfermedad consistía en fiebre alta y, finalmente, la muerte.
La Peste Negra fue el producto de una larga serie de coincidencias, factores demográficos, movimientos comerciales y malas políticas de higiene. Acabó con cerca de un tercio de la población de Europa, y sumió a millones de personas en la incertidumbre. A veces, las logísticas imposibles pueden levantarse durante eventos improbables y de forma casi milagrosa. Sin embargo, cuando las cadenas de suministro se cortan por completo, las sociedades colapsan con ellas.
Dicen que la peste negra llegó montando un camello o a bordo de un barco. Las dos hipótesis más aceptadas dicen que las pulgas infestadas con Yersinia pestis, la bacteria que provoca la peste bubónica, eran endémicas de Asia. Las pulgas infestaban a las ratas, y las ratas los cargamentos de riquezas que se exportaban por la Ruta de la Seda. Los roedores eran los polizones más comunes de la época, y no era raro verlos en barcos o caravanas. La otra teoría dice que una carga de grano proveniente de Caffa, lleno de ratas con pulgas, llegó a Sicilia. Al atracar, habrían bajado de la nave y expandido por la isla. El resto de Europa las esperó con las puertas abiertas.

San Sebastián sacando un bubón de peste. Detalle de los murales de la Capilla de San Sebastián, Lanslevillard, Francia. Anónimo francés del siglo XV.
El siglo XIV ya venía siendo difícil para Europa desde antes de la llegada de la peste. Si bien ya había registros previos de brotes de peste bubónica, como la Plaga de Justiniano entre los siglos VI y VIII, la Peste Negra fue la ola más cruda de la enfermedad. A principios de siglo, una serie de cambios en el clima provocó una pequeña edad del hielo en el continente. Los inviernos fueron especialmente crudos, y las personas, que dependían de la producción de cereales para sobrevivir cayeron en la hambruna. Los pocos recursos restantes le eran quitados a la población agotada para abastecer los combates de la Guerra de los 100 años entre Inglaterra y Francia. Además, la poca higiene de los espacios comunes hizo común la presencia de las ratas. Como las personas no sabían el método de contagio de la enfermedad, terminaron conviviendo con él.
Las personas comenzaron a caer como dominós. La vulnerabilidad ante la peste era tal que, a los tres días, hasta un 75% de las personas fallecían sin poder brindarles atención. En solo 5 años, la enfermedad acabó con cerca de 30 millones de personas. La fuerza laboral era el componente crítico del suministro y los siervos el motor de la economía: una pequeña garantía del abastecimiento que aseguraba las siembras y las cosechas. Una vez que los campesinos comenzaron a caer, entre 1348 y 1349, la falta de manos para la cosecha llevó a la putrefacción y los campos vacíos. A falta de cuidado, el ganado moría o se dispersaba. Mientras el alimento escaseaba, los pueblos comenzaban a vaciarse: cuando a alguien se le detectaban los temidos bultos negros, se les apartaba u obligaba a huir, facilitando aún más la expansión de la enfermedad.
Los oficios centrales para las localidades colapsaron. Los molineros, panaderos y transportistas comenzaron a desaparecer. Con la conversión de la materia prima paralizada, parecía que el único oficio que se levantaba era el de los médicos de la peste. Estos médicos, a diferencia de la creencia popular, no llevaban máscaras que asemejaban pájaros al principio de la peste —esos aparecieron mucho después, en el siglo XVII—. En realidad, varios de ellos tampoco eran médicos. Funcionaban como censistas de los muertos: iban por los pueblos ofreciendo consuelo y registrando el número de fallecimientos en cada lugar.

Doktor Schnabel von Rom (en alemán, Doctor Pico de Roma). Grabado de Paul Fürst, 1656
Rápidamente, la escasez de alimentos llevó a la inflación. Los precios de los alimentos básicos se dispararon, e hicieron que productos como el pan, básicos en cualquier dieta, fueran inalcanzables para los ciudadanos más pobres. Las hambrunas se acentuaron y, con ellas, los fallecimientos.
Con las redes de producción y comercio locales totalmente debilitadas, pronto llegó el turno de las rutas comerciales más largas. Mientras el suministro diario era tarea de los productores locales, los bienes de lujo y las materias primas necesitaban de la Ruta de la Seda o del comercio marítimo. Los puertos más importantes, como Venecia y Génova, recibían especias, seda y medicinas. El miedo a la peste, que seguían relacionando al contagio aéreo, paralizó las terminales y vació los barcos. Si bien algunos puertos intentaron implementar cuarentenas, los retrasos masivos en la descarga y la distribución también terminaron por elevar los costos de estos productos.
Se ha hallado que la peste afectó a las ciudades de acuerdo a su posición dentro de las redes comerciales. Las localidades con una mayor actividad fueron las más afectadas por la enfermedad. Con las personas cayendo a diario, muchas ciudades tuvieron que prohibir la exportación de grano a sus áreas anexadas para asegurar el suministro local, creando barreras comerciales internas. Mientras el principal cuello de botella seguía estando en el suministro diario, las autoridades pusieron sus esfuerzos en regular a panaderos y molineros, a menudo con amenazas de cárcel o muerte, para que siguieran trabajando y evitar el acaparamiento y la especulación.

El triunfo de la muerte (1562), por Peter Brueghel el viejo.
Durante esos años, la única logística que se alzó fue la mortuoria: buscando mantener un mínimo de servicios sanitarios y disposición de cuerpos, las ciudades comenzaron a contratar médicos y enterradores. Les eran pagadas grandes sumas de dinero para trabajar sin descanso y mantener la higiene de los lugares comunes.
Sin embargo, Europa no logró contener la peste con sus conocimientos médicos. Sus teorías, como la de purificar el aire, resultaron ineficientes; y algunas curas, como las sangrías o los cataplasmas, provocaban infecciones y debilitaban a los pacientes. Se hicieron más efectivas las medidas que tomaban las clases acomodadas, como abandonar las zonas infectadas para asentarse en otras, o las cuarentenas implementadas en las rutas comerciales.
Después de años viviendo en la escasez radical, la falta de mano de obra terminó por reestructurar las cadenas de suministro. Los terratenientes convirtieron sus tierras cultivables en pastizales para el ganado, y pasaron de la producción de cereales a la de lana y carne, que requería menos manos para su producción. Con menos campesinos disponibles para trabajar, los salarios comenzaron a aumentar, permitiendo un acceso a otro tipo de consumo. Ya no eran solo cereales de baja calidad, sino también carne, lácteos y mejor pan.

La plaga de Florencia, 1348, un grabado del siglo XIX de Luigi Sabatelli
Los terratenientes y las administraciones públicas sabían que, para seguir produciendo, había que seguir invirtiendo. Pronto se aceleró la adopción de molinos de agua y viento para tareas agrícolas, y los trabajadores se convirtieron en contrapartes válidas al momento de negociar. Se pasó de la renta en trabajo —la servidumbre— a la renta en dinero. Así, se creó una clase de campesinos libres y asalariados, que podían reinvertir su dinero o acceder a pequeños lujos.
Al final del día, la cadena de suministro que más cambió durante la peste fue la humana. Cuando el capital humano se reveló como el eslabón más débil y, al mismo tiempo, el más poderoso de las cadenas de suministro de la época, la pérdida obligó a la sociedad a buscar un modelo basado en la eficiencia y la remuneración para equilibrar la escasez. Con el tiempo, la virulencia de la enfermedad disminuyó, la población de ratas portadoras comenzó a reducirse, y Europa terminó por reinventar su suministro.
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21 de Noviembre, 2025