26 de Septiembre, 2025
En su poema Preguntas sobre un obrero que lee, Bertol Brecht se pregunta “¿A dónde fueron los albañiles la noche en que fue terminada la gran Muralla China?”. Esa cuestión, intrigante no solo por imaginar las chozas y a los peones cansados, sino por la posibilidad de imaginar el día que la gran muralla estuviese terminada, guarda una historia mucho más larga.
Lo cierto es que nunca hubo algo así como una gran celebración por el final de la construcción. La Gran Muralla, en realidad, no es una sola línea arquitectónica que cruza toda China. Tampoco tiene dos mil años de antigüedad ni una sola longitud continua —de hecho, apenas queda en pie un tercio de lo que fue—. Los chinos, en realidad, fueron detractores de la construcción. La muralla tampoco se ve desde el espacio. De hecho, como estrategia militar, también llegó a ser ineficiente, pues, según la cita atribuida a Genghis Khan: “La eficacia de las murallas depende del valor de los hombres obligados a custodiarlas”.
Entonces, ¿cómo comenzó este plan?, ¿cuál fue su verdadero objetivo y, aún más importante en nuestra materia: cuál fue la logística, los materiales y la mano de obra que se usaron para construirla?
Dicen que la Muralla China comenzó a construirse en el siglo VII a.C., y sus primeras obras se levantaron al norte del país, limitando con el desierto de Gobi, actual Mongolia, y con Corea del Norte. Actualmente, recorre diecisiete regiones. El objetivo de los líderes era, principalmente, contener las invasiones de las tribus nómadas que viajaban desde Mongolia, buscando saquear pueblos y robar aldeanos para convertirlos en esclavos.
Para ese entonces, China era un conjunto de pequeños estados, principalmente campesinos, que combatían entre ellos para expandir sus territorios. Tenían distintas herramientas y recursos de defensa, y por esa época comenzaron a levantar pequeños muros para protegerse de los invasores.
Tuvieron que pasar cinco siglos levantando defensas rústicas para que solamente quedaran dos grandes estados: uno de ellos era liderado por Qin Shi Huang, que ganó la guerra y se convirtió en el Primer Emperador de la China Unida. Ese primer período de la historia oficial fue bautizado como dinastía Qin.
Qin Shi Huang. Archivo Nacional de Historia.
Qin Shi Huang era un líder militar, pero también un hombre temeroso y supersticioso. Con los años llegó a levantarse una leyenda que decía que el emperador recibió una profecía oracular, de parte de un consejero, que decía El que destruirá a Qin será Hu. Hu era un término con el que se solía hablar de los Xiongnu, los bárbaros del norte.
Lo cierto es que para el año 221 a.C., él ya era el emperador. Y pronto tuvo que enfrentarse a la tribu nómada de los Xiongnu, que llegaban en pequeños pero veloces caballos desde Mongolia.
Movido en parte por su supuesto temor oracular, el emperador ordenó levantar una larga defensa que ayudaría a China a economizar fuerzas militares: el plan fue una muralla de cinco mil kilómetros en la frontera norte. Sin embargo, también se valió de esas murallas que habían comenzado a levantarse siglos atrás.
La dinastía Qin usó como su base principal de construcción la técnica de la tierra apisonada. Los obreros armaban encajados de madera, los rellenaban con tierra y les vertían agua para compactarla. Antes de darla por terminada, tenían que buscar cada semilla que corriera el riesgo de crecer y dañar la estructura interior. Después, se retiraba el encofrado, se subía el nivel y se repetía el proceso. Esta técnica, si bien alzaba la estructura, no era suficiente para contener una invasión mongola. Sin embargo, al menos les daría algo de tiempo.
Las personas fueron el principal motor logístico para mover la tierra. Dicen que, a lo largo de los siglos, se han movido cerca de 100 millones de toneladas para construir y alargar la muralla, y que la técnica que usaron los capataces fue construir largas cadenas humanas para ir pasándose los materiales a lo largo de caminos estrechos y senderos empinados. Esto, descubrieron, era más eficiente que caminar de ida y vuelta.
Extremo occidental de la Gran Muralla de China, en la provincia de Gansu. Es la parte más antigua, con la técnica de construcción de tierra apisonada.
Para los terrenos planos utilizaban carretillas de una sola rueda, y los materiales se levantaban desde los valles profundos con sistemas de cuerdas y poleas. En menor medida, también se usaban algunos animales. Burros, sobre todo; y según algunas fuentes no confirmadas, también cabras a las que les ataban la carga. De todas maneras, su aparición en las faenas era extraña.
Las rocas solían ser de origen local, así que no había un único material a lo largo de la muralla. En algunas regiones se usaba piedra caliza, en otras granito, y en otras piedras con contenido metálico, que en cierto momento del día tomaban un aspecto brillante gracias a los golpes del sol.
Qin Shi Huan utilizó, principalmente, mano de obra esclava —una estrategia que no era particularmente popular entre la población—. Se tardaron cerca de diez años en levantar la muralla, y dicen que durante su construcción hubo, al menos, un millón de muertos. Otra leyenda cuenta que incluso llegaron a usarse las osamentas de los caídos en la obra para sumarse a la muralla, aunque eso se ha desmentido con el tiempo. Además de vidas, la edificación de la muralla también cobró mucho dinero. Hubo que subir los tributos para financiarla y, para el año 209 a.C., la población ya estaba harta. No le veían sentido a una serpiente de piedra de 5,000 kilómetros, y comenzó una guerra civil que dejó la continuación del proyecto abandonada.
El año 206 a.C. amaneció con una nueva dinastía al poder: la dinastía Han también tenía problemas con los invasores del norte. Sin embargo, buscaron una estrategia más comercial e indulgente con los mongoles. Les facilitaron el comercio e intentaron sobornarlos con regalos cuantiosos y lujos, sin embargo, esa paz era intermitente y solo se sostenía en base a las exigencias del Chányú, o líder supremo.
Cansados de negociaciones infructuosas, los Han restauraron la muralla y crearon un nuevo tramo, mucho más corto: eran unos 500 metros que se extendían por el desierto de Gobi. Buscaban proteger las rutas comerciales con Occidente, y se crearon mercados en la única entrada oficial al Imperio.
Aunque el tramo de la muralla era menor, la dinastía Han fue perfeccionando las técnicas de construcción, y comenzaron a usar grava arenosa, que se seguía moviendo en cadenas humanas o carretillas, además de ramas de sauce rojo. Las cajoneras y el agua siguieron siendo un requisito básico de la estructura: ahora vertían la grava en los encofrados de madera y la regaban para obtener el material macizo. Cuando la grava se compactaba, ponían encima las ramas de sauce seco, y así se facilitaba la adherencia por capas, haciendo al muro más resistente.
Pero el período Han también llegó a su fin, y hacia el 220 d.C., las dinastías que le siguieron no hicieron grandes cambios en la muralla. Se restauraron algunos segmentos deteriorados y se levantaron unas pocas construcciones entre los siglos V y VII.
Para el siglo XIII, la crisis se hizo insostenible: los mongoles, liderados por Genghis Khan invadieron China, y a la muerte del líder, su nieto, Kublai Khan, se hizo con el poder militar de los mongoles, fundando la dinastía Yuan, que gobernó entre el 1279 y el 1368.
Ghenghis Khan y sus tropas asedian una ciudad amurallada.
Ya no bastaba con reconstruir los tramos anteriores de la muralla. Con el tiempo, los chinos se hicieron a la idea de que había que cerrar completamente la frontera norte de su imperio. El general del ejército, Qi Jiguang, de la era Ming, comenzó con la parte más ambiciosa del proyecto. Se propuso construir más de 7,000 kilómetros de fortaleza, haciendo de la muralla Ming la parte más larga y robusta de la fortificación. No solo era más densa y resistente, también probaron nuevas técnicas de construcción, revolucionarias para la época, e integraron joyas y artesanías en las secciones más importantes. El mensaje era claro: China es un imperio próspero, y el solo acceso a la muralla daría cuenta de su riqueza cultural.
La Edad Media ya había levantado técnicas de construcción sólidas, que comenzaban a recorrer Oriente y Occidente. Durante la etapa Ming, la tierra o la grava eran protegidas por sistemas de roca o ladrillo —los chinos habían desarrollado sus propios hornos para hacerlos—, que funcionaron de frontis para la muralla. Las piezas se fijaban con morteros hechos de harina de arroz, cal y tierra. También se mejoró la eficacia de la construcción en las pendientes montañosas. En algunas zonas, llegaron a construir sobre pendientes de casi 45° de inclinación, y hacerlas igual de estables que el resto de la construcción.
El principal método fue escalonar las pendientes, rellenar los escalones con ladrillos paralelos al suelo, y asegurarlos con otra capa que imitase la pendiente. Desde ese punto, la harina de arroz se convertía en la protagonista de la construcción.
Las murallas de la época Ming también tenían grandes puertas de acceso, y se les sumaron fuertes y torres en la cima, y un sistema de drenajes para evitar la acumulación de agua. Además, los chinos habían desarrollado una nueva y útil herramienta, a la que llamaron pólvora. Ahora podían repeler a sus enemigos usando armas de fuego, cañones, granadas y minas.
Emperador Chu-Yuan-Chang, fundador de la Dinastía Ming. Palacio Imperial.
Dicen que la Gran Muralla China llegó a extenderse por 21,196 kilómetros, incluyendo el perímetro de todas las murallas que llevaron a existir. Sin embargo, el proyecto de la dinastía Ming alcanzó los 8,851 kilómetros de longitud. Se elevó por cerca de siete metros, con torres cercanas a los quince. En muchos tramos se pueden ver antiguas marcas de superficie sobre sus ladrillos. Dicen que los obreros tallaban sus nombres en las piedras al poner los ladrillos en el horno.
Cuando la muralla completa estuvo por fin lista, cerca del 1644, se entrenó a las unidades militares para la vigilancia, el combate y la paciencia —los turnos rotativos duraban cuatro meses—. Construyeron cerca de 24,000 torres de vigilancia, que dotaron de estructuras para enviar señales de humo y luz para las noches. Así alertaban sobre posibles invasiones. Cada torre podía albergar hasta 50 soldados.
Arquero mongol dibujado en tinta. Siglos XV y XVI. Museo Victoria y Alberto, Londres.
Pero la Gran Muralla no era algo que exaltase el valor nacionalista entre los ciudadanos del imperio. A lo largo de varias dinastías, se la asoció a la tiranía y los caprichos de los emperadores. La población campesina estaba en desacuerdo con que los súbditos fuesen utilizados como esclavos en la construcción de proyectos públicos. Alegaban, además, el aumento del tributo y el gasto público excesivo en estructuras que, en realidad, no podían contener a los Xiongnu ni a los mongoles. Durante muchos años, la palabra muralla llegó a ser proscrita, y se tuvo que sustituir en los documentos oficiales por fortificación larga. En algunas épocas, la sociedad concebía a la muralla como un vertedero que era obligatorio construir. Se había convertido en una especie de antiguo gulag: un trabajo de campo forzado para los más desvalidos socialmente.
Para el siglo XIX, sin embargo, los occidentales que comenzaron sus expediciones a China quedaron intrigados por la maravilla arquitectónica. Los jesuitas, en particular, alabaron la calidad y la funcionalidad de la muralla, y llegaron a convertirse en propagandistas de la cultura china en su región. Los chinos, sin embargo, miraban con sospecha el ojo encantado del extranjero. Para ellos, la muralla seguía siendo el ícono de un pasado despiadado.
No fue hasta la llegada de Sun Yat-sen —considerado padre de la China moderna—, un médico, político, militar y estadista chino de fines del siglo XIX, que se convirtió en presidente en 1912, que la muralla volvió a adquirir algo de valor. Poco después, Mao Zedong tomó el testimonio de Yat-sen y convirtió a la muralla en símbolo de patriotismo: le dio el estatus de un elemento que reforzaba la unidad nacional. Una resistencia del gran imperio hacia el exterior.
Ilustración de la Gran Muralla China. Obra de Steve Noon.
La Gran Muralla China ha sido objeto de mitos, leyendas, anécdotas y citas —oficiales y apócrifas—, y dicen que su legado se ha expandido incluso por fuera de la materialidad. Desde los años ‘90, por ejemplo, los chinos acuñaron el término Gran Muralla Cibernética, para referirse al uso restringido de internet del régimen.
En ocasiones, las cadenas de suministro y las obras de ingeniería y logística son mucho más largas de lo que pensamos. Esta, en particular, duró miles de años, y tuvieron que pasar siglos para que pudiese completar su objetivo a cabalidad. Sin embargo, nos enseña una lección: las interrupciones —como las montañas o los baches— pueden llegar a usarse a nuestro favor. Y, si bien ya conocíamos el refrán Roma no se construyó en un día, ahora estamos seguros de que la Gran Muralla China tampoco.
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