Menos de 2 centavos por 4,000 metros cuadrados. El día que Rusia no supo vender Alaska a EE. UU.

Menos de 2 centavos por 4,000 metros cuadrados. El día que Rusia no supo vender Alaska a EE. UU.

Max Díaz Por Max Díaz

22 de Agosto, 2025

El 15 de agosto, Donald Trump y Vladimir Putin se reunieron. Su objetivo era fijar un acuerdo y mediar en el final de la guerra entre Rusia y Ucrania. El encuentro, que hasta ahora no ha reportado grandes cambios ni beneficios para los afectados por el conflicto, fue bautizado como La cumbre de Alaska.

Esta no fue la primera gran negociación que ambos países cerraron en ese territorio, gélido y lejano. El primer acuerdo sellado sobre los hielos ocurrió en 1867, y es, probablemente, el ejemplo de una de las peores negociaciones de la historia.

Rusia y Alaska están muy lejos

Es que fue un trabajo de exploradores. Los colonos rusos llegaron a la actual Alaska en el siglo XVIII, cruzando un estrecho que separaba Asia de Norteamérica: el Estrecho de Bering, bautizado así en honor al explorador danés que navegaba al servicio de la armada rusa.

Dicen que Alaska era algo más cercano al viejo oeste que a pequeñas localidades anexables. Lo primero que hicieron los exploradores rusos fue recolectar pieles de nutria marina, que eran muy cotizadas en China; y enfrentarse con las localidades indígenas. Se destruyeron barcos, se secuestraron hijos de líderes locales y se eliminaron equipos de caza.

Se echan a andar las máquinas

Para 1799, Rusia creó la Compañía Ruso-Americana. Habían inventado una modesta cadena de suministro, pensada para agilizar el comercio —sobre todo de pieles— y formalizar los asentamientos rusos en ese territorio que después sería conocido como Alaska. Le llamaban la “América Rusa”, y llegaría a extenderse hasta California.

Sin embargo, la sobreexplotación hizo menos rentable el comercio de pieles. Además, los rusos no eran los únicos transando con el cuero de las nutrias. Se comenzaron a generar tensiones con los británicos y estadounidenses, principalmente porque los límites de territorios y cotos de caza no estaban bien definidos, y los asentamientos y bienes de Rusia eran dramáticamente vulnerables.

Las complicaciones de la América Rusa

Rusia tenía una capacidad limitada para anexar y mantener territorios, y comenzaron a centrarse más en la expansión imperial en el Lejano Oriente. Además, cuando comenzó la Guerra de Crimea, en 1853, el ejército del Imperio Ruso sintió gran preocupación de que las fuerzas británicas pudiesen invadir el lejano oriente a través de Norteamérica. Y, aún después de terminada la amenaza, seguían mirando con sospecha la presencia británica en el Pacífico.

Por otro lado, Estados Unidos también comenzaba a expandirse. Para la década de 1850, Estados Unidos ya había adquirido California, anexionado Texas y había librado una guerra con México. El relato común era que Estados Unidos se había convertido en una especie de potencia expansiva. Que toda la región, en realidad, terminaría siendo parte de su propio territorio. Frente a esto, los comandantes rusos invitaron al imperio a deshacerse de Alaska mientras pudiera. Ese territorio, frío, estéril y donde ya ni siquiera las pieles eran un bien exclusivo para ellos, debía ser removido.

Menos de 2 centavos por acre

El comercio entre Rusia y Estados Unidos gozaba de buena salud. Ambos desconfiaban de Gran Bretaña —que, vale recordar, había sido el antiguo amo colonial de EE. UU.—, y las naciones se veían dispuestas a llegar a un acuerdo que los beneficiase a ambos.

En marzo de 1867 comenzaron las negociaciones. William Henry Seward, entonces Secretario de Estado, se reunió con el ministro ruso Eduard Stoeckl en Estados Unidos. Seward llevaba un sobre en el bolsillo, cuando Stoeckl lo abrió, vio que el papel rezaba “5 millones de dólares”.

Sin embargo, Stoeckl sabía que no debía aceptar una primera oferta. Ambos representantes se siguieron reuniendo durante dos semanas, y la cifra final que acordaron fue de 7.2 millones de dólares. Esto, en un desglose según el espacio, representaba un precio de menos de dos centavos por acre —que corresponde a un poco más de 4,000 metros cuadrados. Algo un poco más pequeño que una cancha de fútbol americano—. A las 4 a.m., tras una larga sesión de negociaciones, se firmó el decreto en el despacho de Seward. Posteriormente, la venta fue aprobada por el Congreso y el zar Alejandro II.

El cheque, de 7.2 millones de dólares, entregado al Imperio Ruso por la compra de Alaska.

Los materiales

El acuerdo, si bien hoy en día puede leerse como ridículamente beneficioso para Estados Unidos, provocó un gran escándalo. Por una parte, EE. UU. se retrasó en el pago a Rusia, y se cruzaron acusaciones sobre políticos y periodistas llevándose parte del pago como soborno. Otros detractores del acuerdo decían que anexar un territorio congelado, de un tamaño que doblaba a Francia, era una excentricidad.

Sin embargo, muchos estadounidenses habían oído rumores sobre la existencia de recursos naturales en Alaska.

Y así fue, efectivamente. Cuando los estadounidenses comenzaron a ordenar la nueva superficie de su propiedad, fueron recolectando oro, madera y petróleo. La compra se convertía en un negocio cada vez mejor. Para 1959, Alaska se convirtió en el estado número 49.

Los rusos, en un principio, vivieron el acuerdo con cierto alivio. Sin embargo, la venta volvió a alzarse como una vergüenza durante la época soviética. De acuerdo a Julia Davis, fundadora del Russian Media Monitor, un proyecto que rastrea la propaganda del Kremlin, el arrepentimiento de la venta de Alaska parece una característica del gobierno de Putin, y los llamados para recuperar el territorio se han hecho más fuertes a medida que empeoran las relaciones con Estados Unidos.

Rusia se ha llenado de carteles en que se lee Alaska es nuestra tras la invasión a Ucrania de 2022, y el mensaje ha seguido siendo amplificado por algunos políticos y líderes de opinión. Muchos aseguran que, incluso, celebrar una reunión entre Trump y Putin en Alaska es una victoria para Rusia. Un gesto simbólico que parece indicar con el dedo: este territorio es mío, y he vuelto para retomarlo.

A pesar de esto, de poco sirve la victoria simbólica en una negociación —al menos en una primera negociación histórica—, y más aún si esa revancha llega cerca de 150 años después. Ahora, lo urgente es ver cómo Trump y Putin solucionan sus diferencias; y si Vova, como lo llaman cariñosamente sus más cercanos, es capaz de negociar mejor que su predecesor, el zar Alejandro II.

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