12 de Septiembre, 2025
La frase es antigua y popular: cuando hablamos de pan y circo, solemos referirnos a entretenimientos vanos o pasajeros para olvidar las quejas más importantes. Si bien se cree que era una expresión popular ya para los romanos, la importancia del pan es algo que quedó en la historia de forma permanente.
Hablemos de pan, harina y suministro. La escasez de alimentos siempre ha significado descontento y, en algunos casos, cambios abruptos y dramáticos en la historia. Para los franceses, cuya dieta prácticamente se había construido sobre el pan, especialmente en las clases populares, el perderlo llevó a la revolución.
Los franceses venían tratando de doblarle la mano a la escasez desde hacía siglos. Las malas cosechas de cereales y los altos precios del trigo ya habían provocado disturbios en 1529 en la ciudad de Lyon. Se la bautizó como La Gran Rebelión. Miles de personas saquearon y destruyeron las casas de los ciudadanos ricos, y terminaron por esparcir el trigo del granero municipal en las calles.
La economía de Francia comenzó a moverse como un péndulo: oscilando entre el suministro suficiente de granos y la escasez. Sin embargo, para finales del siglo XVIII, Francia comenzó a vivir un crecimiento demográfico importante. Y no había pan para alimentar a más bocas.
Según los registros de la época, una familia francesa podía gastar hasta el 80% de su presupuesto en pan. Esto los hacía particularmente sensibles a cualquier cambio en el precio del trigo, y una nueva época de malas cosechas, acompañada de políticas económicas defectuosas, obligó al rey Luis XV a celebrar una reunión con sus fisiócratas en la década de 1760. Los fisiócratas eran, básicamente, sus asesores económicos, y creían que la riqueza solo provendría del desarrollo del trabajo agrícola. Propusieron que para que circulase más dinero, los productos de la tierra deberían tener precios más altos, y esto generó efectos sobre los precios internos del trigo.
Los fisiócratas se mantuvieron firmes: no regularían los precios de los cereales. Para 1775, apenas un año desde que asumiera el nuevo rey, Luis XVI, la escasez de alimentos era dramática. Comenzó una serie de disturbios, a la que llamaron la Guerra de las Harinas, donde las turbas hambrientas corrían a saquear los mercados y almacenes de granos.
El descontento siguió creciendo, y para 1789, el hambre se convirtió en ira. Ese año, el precio del pan llegó a puntos escandalosos. Una parte importante de la población francesa se componía de pequeños artesanos y campesinos, y los más débiles económicamente cayeron directamente en el hambre. La efervescencia social era sensible y la estabilidad pendía de un hilo.
Luis XVI de Francia pintado por Antoine-François Callet.
Dicen que Luis XVI era un hombre de carácter blando. Un aficionado a la cerrajería que nadie sabía, en realidad, si quería ser rey. Evitaba dedicarse a actividades los días 21 de cada mes, por recomendación de su astrólogo, y ahora tenía que decidir el destino de un país famélico.
En julio de 1789, destituyó a su ministro de finanzas y se rodeó de nobles ultraconservadores. Ellos, tan ansiosos como el rey, le sugirieron convocar regimientos a la ciudad para recuperar el control y el orden. Mientras las tropas comenzaban a marchar, los precios seguían volando, y la aparición de mercenarios suizos y alemanes tensó aún más los ánimos. Comenzaron los saqueos y las revueltas.
Hasta ese punto, las protestas eran por el hambre, sin embargo, el temor a las tropas armadas y a la posición inflexible de los nobles los llevaron a tomarse la Bastilla el 14 de julio. La Bastilla era una vieja fortaleza medieval, no tenía gran importancia estratégica y, ese año, solo tenía siete prisioneros. Pero su toma no representaba solamente una victoria militar. Cuando el pueblo consiguió pólvora y granos, le ganó por primera vez al monarca.
Los burgueses y profesionales no se quedaron de brazos cruzados. Hicieron un llamado y organizaron una milicia a la que llamaron Guardia Nacional. Luis XVI, sin embargo, cedió. Retiró a sus tropas y restituyó al ministro de finanzas. Pero ya era tarde: pronto los revolucionarios abolieron los privilegios de los nobles, eliminaron la servidumbre y los diezmos eclesiásticos. También establecieron el derecho a propiedad y proclamaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde consignaron que todos nacemos libres e iguales, y que gozamos de derechos naturales e imprescriptibles, cuya responsabilidad de cumplimiento depende de los estados.
Luis XVI se negó a promulgar el documento. Su paciencia parecía haber alcanzado el límite, y prosiguió con lentas reformas mientras los precios subían y la cantidad de alimentos bajaba. Esa es la época de la famosa frase apócrifa de María Antonieta: si no hay pan, que coman brioche, que ha servido de símbolo desde el siglo XVIII para la crueldad de algunos gobernantes.
María Antonieta de Austria pintada por Vigée Lebrun.
Octubre de 1789 fue un mes dramático. Por esos días, se registra que el panadero Denis Francois fue acusado de ocultar panes como parte de una conspiración para privar al pueblo. Aunque una audiencia demostró su inocencia, la turba arrastró a Francois a la Place de Grève, donde lo ejecutaron.
Esto siguió aumentando las sanciones. Inmediatamente después, la Asamblea Nacional Constituyente instituyó la ley marcial y los nobles reforzaron responder a la violencia popular con la fuerza. Mientras las tropas llenaban las calles, comenzaron a circular diarios y folletos con noticias, opiniones y ensayos. Leyéndolos, los parisinos se enteraron de que el rey había ofrecido un gran banquete a los oficiales del regimiento de Flandes, que acababan de llegar a Versalles.
Casi de inmediato, un grupo de mujeres que venían de barrios populares se organizó. Se concentraron frente al ayuntamiento, exigiendo pan y reformas. Asaltaron el edificio en busca de granos y armas, mientras alegaban por la ignorancia e inoperancia de sus maridos, y desde allí se las desvió a Versalles. Las autoridades locales tenían razón, a pesar de todo: aseguraban compartir sus reclamos, pero no tener el poder para alterar el orden nacional.
La mañana del 5 de octubre, las mujeres marcharon hacia el palacio. En el camino, la gente las vitoreaba. Poco a poco se fueron sumando agentes de la Guardia Nacional, que habían decidido renunciar a la relación con sus financistas para sumarse a la insubordinación.
Caminaron seis horas bajo la lluvia. Con los zapatos embarrados y las ropas mojadas, llegaron a la residencia real. Intentaron entrar, pero después de un rato insistiendo les aseguraron que solo recibirían a una delegación. Escogieron a seis mujeres, que fueron recibidas por el rey. Una de ellas llegó a desmayarse del hambre y el agotamiento, frente a los ojos atónitos de Luis XVI.
La libertad guiando al pueblo, por Eugène Delacroix.
A la mañana siguiente, la multitud se infiltró en el palacio. Buscaban a María Antonieta, esa reina a quien la historia le atribuye una personalidad frívola, derrochadora y provocadora. Los guardias del palacio abrieron fuego, pero terminaron siendo ejecutados. Las mujeres siguieron avanzando por los pasillos de delicadas alfombras, cortinas gruesas y decoraciones de metales preciosos.
La reina despertó por el bullicio y se refugió en los aposentos de Luis. La Guardia logró calmar los ánimos y acompañar a las mujeres hasta los jardines. Sin embargo, comenzaron a escucharse nuevos gritos: ¡el rey al balcón!
Nervioso, Luis XVI caminó hacia el ventanal de su habitación. Apenas asomó su cabeza, alguien gritó ¡viva el rey! Le pidieron, desde ahí, que les acompañara a París. Cuando Luis XVI asintió tímidamente, también exigieron la presencia de la reina en el balcón. La multitud exigía que la familia real fuese hasta la capital, para ver los problemas de primera mano. La realeza bajó las escaleras y comenzó a caminar junto al grupo. Los guardias repartieron pan y la gente celebraba. Los nobles y plebeyos sabían que el rey, en su caminar suave, dejaba atrás un orden antiguo.
Cuatro años después, la noche del 21 de enero, el rey se vistió de blanco, asistió a una misa y se subió a un carruaje. Cerca de las 10 de la mañana, la guillotina cayó sobre su cuello.
Las revoluciones no solo tienen relación con la política, sino también con los mercados. O, dicho de otra forma, muchas veces los mercados inciden tremendamente en la políticas. En este caso, un suministro y una logística deficientes y el desabastecimiento de un producto crucial para la realidad de la época, hicieron —literalmente— que rodaran cabezas.
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12 de Septiembre, 2025