La raya colorada y el mar del sur: Cuando el risk management y la logística fracasaron en el imperio del oro

La raya colorada y el mar del sur: Cuando el risk management y la logística fracasaron en el imperio del oro

Max Díaz Por Max Díaz

01 de Diciembre, 2025

La certeza tiene el valor del oro en el mundo del Procurement. Atesoramos los precios fijos, los contratos blindados y las cadenas que operan bajo reglas claras. Sin embargo, hubo un tiempo en que la promesa de un activo colosal, o un commodity divino, estuvo a merced de la suerte, la traición y la audacia personal.

Al menos así lo narró Stefan Zweig en sus Momentos estelares de la humanidad. La imagen es esta: es el año 1513, y un noble español endeudado llamado Vasco Núñez de Balboa comienza su búsqueda de un tesoro del sur; una riqueza que uniría al mundo. La evasión logística de Balboa para salir de España fue tan rudimentaria como efectiva. Se escondió en un cofre de provisiones vacío para escapar de sus acreedores de la Corona. Ya no tenía nada que perder, sin embargo, la suerte lo bendijo.

Balboa llegó como líder a la provincia de Darién, una zona de densa vegetación en la actual Panamá. Sabía que no podría regresar a España a menos que lograse un éxito rotundo, así que su meta fue conseguir oro y alianzas. Trabó una buena relación con el cacique Comagre y, en una muestra de buena fe, el líder le regaló cuatro mil onzas de oro al español. Los ojos de Balboa, dicen, brillaban más que el metal. Entonces, el hijo de Comagre, al mirar con sospecha la codicia española, habría lanzado una frase que definía la diferencia del valor cultural de ambos continentes: ¡cuánto me admira que expongan sus vidas a tantos riesgos por un metal tan común!

Comagre, sin embargo, no acusó recibo del mensaje que se escondía tras la frase. En lugar de enviar de vuelta a Balboa, le reveló un secreto que obsesionaba a los navegantes: más allá de las montañas, había un mar inmenso, al que llamaban el Mar del Sur. Balboa pidió detalles sobre la ruta, además del apoyo de un pequeño equipo de las fuerzas del cacique, y en septiembre de 1513 emprendió su camino. Fue el primer europeo en contemplar el Pacífico. Sin embargo, Comagre también le habló de un territorio fabuloso. Su nombre era Birú —hoy lo conocemos como Perú—, un lugar donde los reyes comían y bebían en recipientes de oro. Si Balboa quería llenarse las manos con el metal del color del sol, ese debía ser su último destino.

Vasco Núñez de Balboa por E.E. Wright.

Vasco Núñez de Balboa por E. E. Wright.

El español demostró su apoyo a la Corona al darles la ruta para llegar al Pacífico. Sin embargo, la carga de la conquista de Birú pasaría a otro.

La Línea Colorada (1532-1533)

Menos de dos décadas después, Francisco Pizarro y sus hombres llegaron a Cajamarca. Pizarro, antiguo compañero de Balboa, tenía métodos más extremos para conseguir información. Comenzó por capturar al soberano inca, Atahualpa, el 16 de noviembre de 1532. Los españoles llevaban días planificando la emboscada, a pesar de que el Inca iba acompañado de fieles desarmados.

Los hombres de Pizarro encerraron a Atahualpa en uno de sus aposentos. Preso, el Inca notó que el oro era un objeto de disputa entre los españoles. Para librarse, pidió una conferencia con Pizarro, y le ofreció oro a cambio de su libertad. Cuánto, le respondió Pizarro. Lo suficiente para llenar este aposento, le respondió Atahualpa.

Atahualpa (Brooklyn Museum).

Atahualpa (Brooklyn Museum).

El aposento en que el líder Inca estaba secuestrado medía casi 35 metros cuadrados. Su altura estaba marcada por una raya —o línea colorada— a la que un hombre alto no podía llegar. Pizarro imaginó el volumen que podrían alcanzar sus riquezas mientras contemplaba el trazo.

La odisea del oro duró seis meses: cada día, una cantidad impresionante de piezas llegaba hasta Cajamarca. Cántaros, platos, copones, ollas, braseros, vasos y otras piezas que los españoles habían visto, y de las que no encontraban un equivalente en su continente. El volumen acumulado, dicen, llegó a los 57 metros cúbicos.

El oro: un commodity sagrado

Ese rescate puso a prueba la infraestructura y la logística incaica. Para los habitantes de Birú, el oro era el sudor del sol. Un material sagrado que nada tenía que ver con asuntos terrenales, como el pago de transacciones. Envueltos en el aura mística y de respeto hacia el material divino, la movilización del oro dependía de un sistema estricto: práctico y místico al mismo tiempo.

La logística del Tahuantinsuyu —las cuatro regiones juntas en quechua— dependía del Qhapaq Ñan —o Gran Camino Inca—. El Qhapaq Ñan fue una de las obras de ingeniería más impresionantes de la logística precolombina. Se extendía por 30,000 kilómetros —aunque algunos creen que la red completa, incluyendo sus ramales, llegó a los 60,000—, y cruzaba los territorios que hoy son conocidos como Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. La ruta estaba diseñada sobre dos ejes principales: El camino de la sierra, que iba por la Cordillera de los Andes, y atravesaba montañas de más de 5,000 metros de altura, y el Camino de los llanos, paralelo al Océano Pacífico.

Huanuco, Perú (José Luis Matos para el Ministerio de Cultura del Perú).

Huanuco, Perú (José Luis Matos para el Ministerio de Cultura del Perú).

Los dos ejes estaban cruzados por caminos secundarios, que facilitaban la integración administrativa, política y cultural del Tahuantinsuyu. Todos los caminos conducían a Cuzco, la capital inca.

Sin embargo, la ingeniería del Qhapaq Ñan fue más allá de la extensión del camino: los incas adaptaron su trazo a la topografía de los lugares. Aunque solían preferir las líneas rectas para un desplazamiento más efectivo, también construyeron escalinatas para cuestas empinadas, caminos en zig zag, puentes colgantes o tarabitas —un antiguo sistema de poleas que permitía cruzar en una canasta— para los ríos. Los caminos solían ser empedrados, de unos cuatro metros de ancho y, a menudo, protegidos por altos muros.

A lo largo de los caminos reales, cada cuatro leguas —aproximadamente unos 20 kilómetros— se alzaban los aposentos o tambos: almacenes dedicados al aprovisionamiento de granos y alimentos, que también funcionaban como hospedaje para todos, desde viajeros hasta señores y capitanes.

La red permitía la movilización de tropas, funcionarios y el transporte de productos cosechados y bienes. Era algo así como una Ruta de la Seda latinoamericana. Según algunos reportes, se ha constatado que una noticia originada en Quito podía llegar a Cuzco —a 2,000 kilómetros— en menos de diez días gracias a un sistema de postas operado por chasquis —o mensajeros—. El Inca, desde la sierra, podía pedir pescado fresco desde la costa —a 200 kilómetros— y tenerlo en su mesa en menos de 24 horas. Todo se trataba de velocidad y coordinación.

El control de la cadena de suministro del oro se basaba en la mano de obra, organizada mediante la mita, un sistema de trabajo por turnos, planificado y bajo supervisión estatal. La extracción de los metales era un asunto de Estado, pero la lógica del tributo era inversa a la de la conquista española

El tributo: un servicio personal

El trabajo minero era ejecutado por los mitmaqkuna, individuos reasentados, a menudo rebeldes, para vigilar y completar las tareas. El control estatal incluía los parámetros de control, que permitían al Inca decidir el número de hombres que trabajarían en la extracción, que solía ser cercana al 1% de la población local; el perfil de los trabajadores, que iban desde los 18 a los 50 años y solían ser casados; el contrato social, que definía sustentos a costa de los dueños de las haciendas; y la distribución de roles.

Sol de Echeñique: pieza prehispánica que, se presume, habría sido usada por gobernantes incas (Casa Garcilaso de la Vega).

Sol de Echeñique: pieza prehispánica que, se presume, habría sido usada por gobernantes incas (Casa Garcilaso de la Vega).

Las minas de oro más ricas estaban en Collasuyu, el cuadrante sur del imperio, en regiones como Carabaya, Chuquiabo y Larecaja. Estas minas producían pepitas de oro más grandes que las comunes, consideradas sagradas y dedicadas al Sol. En su proceso de extracción participaban mineros, mayordomos del Inca, que recibían el oro y evitaban robos; y los guardadores de caminos, que custodiaban los accesos.

El metal extraído, movido en andas adornadas, solía llevarse a Cuzco u otros centros administrativos mayores, donde le era confiado a los orfebres para crear objetos rituales.

Cómo destruir una cadena de suministro

Aquí es donde regresamos a Atahualpa, pues la avaricia y la traición de Pizarro destruyeron los protocolos incas de funcionamiento y de emergencia. El oro robado por los españoles se fundió y se repartió entre el 10 de mayo y el 6 de agosto de 1533, apenas a algunos meses de su llegada. A pesar de que el ofrecimiento se cumplió, los conquistadores no cumplieron con su parte del trato, y acordaron entre ellos que Atahualpa debía morir. Según Pizarro, si lo soltaban, el rey perdería la tierra y todos los españoles serían cazados.

Francisco Pizarro por Amable Paul Coutan.

Francisco Pizarro por Amable Paul Coutan.

Balboa, el primer europeo en ver el Pacífico, ya había advertido que el oro era un motor de conflicto. La ejecución de Atahualpa, también conocido como soberano de toda la tierra, tuvo lugar el 29 de agosto de 1533. Mientras hay versiones que sostienen que fue degollado en la plaza de Cajamarca, otras sostienen que le dieron garrote y su cuerpo fue quemado. Poco después, también quemaron a su capitán general, Cochilimaca.

La avaricia que bloqueó una ruta

La traición española tuvo un impacto catastrófico en la cadena de suministro, tanto al interior del imperio Inca, que la vio interrumpida e ineficiente, como para los españoles, que nunca vieron el tesoro que seguía en tránsito.

Cuando la noticia de la muerte de Atahualpa llegó a Quito, el general Rumiñahui ordenó ocultar el oro que se seguía reuniendo para su rescate. Se escondieron objetos rituales, joyas y piezas sagradas que jamás emprendieron rumbo hacia Cajamarca. Esta decisión fue estratégica para evitar nuevas capturas españolas. El tesoro, que algunos creen que sigue oculto en la selva ecuatoriana, dio origen a la leyenda del tesoro perdido de Rumiñahui.

Rumiñahui, por José Yepez.

Rumiñahui, por José Yepez.

Se cree que la organización y el control estricto del Tahuantinsuyo pudo haber permitido que la población floreciese, llegando a tener unos 45 millones de habitantes. Sin embargo, tras la codiciosa llegada de los españoles, la esclavitud y los malos tratos diezmaron a la población a menos de una décima parte en cuarenta años. Tierras con unas 40 mil personas se reducían a cerca de 2,000 en poco tiempo.

La historia de la negociación de Atahualpa y la raya colorada que marcó el volumen del rescate culminó con la ejecución del Inca sin haber cumplido el acuerdo. La posterior guerra civil entre los conquistadores —como Pizarro y Almagro— y los robos y vejaciones fueron la consecuencia directa de una ambición insaciable que no entendía el valor real de los activos.

El precio de la traición

La hazaña de Balboa marcó el inicio de la búsqueda, y el rescate de Atahualpa demostró el colapso de una cadena de suministro que se reinventó para centrarse en la avaricia. Para quienes trabajamos en Procurement, esto es un recordatorio de que el precio es relativo al valor estratégico. Tal y como Balboa comprendió que el oro era un metal común en la región, nosotros debemos entender que el valor estratégico de un commodity superará su costo.

Pizarro, sin embargo, no tenía la mente tan abierta como su predecesor. Su avaricia terminó por romper la supply chain, y esto llevó al plan de que los incas ocultaran el activo. Una medida desesperada —pero efectiva— de manejo de riesgos, ante la certeza de que el mismo metal que habían alabado, financiaría la destrucción de Birú.

La historia de Balboa, el hombre que persiguió un mito, y de Atahualpa, el Inca que movilizó un imperio para cumplir una promesa de 57 metros cúbicos de metal sagrado, nos enseña que, en la logística, la confianza y la ética son activos de mayor valor que el oro mismo.

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