Por Max Díaz
24 de Noviembre, 2025
En el capítulo de Los simpsons «Homero contra la prohibición», Bart, el ilustre hijo de la familia amarilla, se emborracha en las celebraciones del Día de San Patricio. Escandalizado, el pueblo busca una solución ante el problema de la bebida, y comienza a discutirse la posibilidad de instaurar una ley seca, o sea, un mandato legal que prohíba el consumo de alcohol. El encargado del archivo histórico de la ciudad encuentra un antiguo papiro, en el que se constata que, doscientos años antes, el pueblo habría impuesto una prohibición que nunca se promulgó. Ante la evidencia, al alcalde no le queda más remedio que acatar.
Movido por la rebeldía y su característico amor por el alcohol, Homero se convierte en El barón de la cerveza, un contrabandista que comienza a abastecer a los bares clandestinos de la ciudad. No es ninguna sorpresa que el episodio sea una referencia a Alphonse Capone, el amo de Chicago, el verdadero Scarface y, probablemente, el gángster más famoso de todos los tiempos. Durante el episodio, Homero hasta tiene un némesis, que fue bautizado en Latinoamérica como Elio Pez; una parodia de Eliot Ness, el agente que corría tras Capone, buscando hacer que se cumpliera la ley seca.

Elio Pez meditando sobre la presunta existencia del Barón de la cerveza. Disney.
La historia de Capone es la historia del juego, la bebida ilegal y otros métodos de enriquecimiento ilícito. Sin embargo, también es la historia de una logística tan infame como brillante; que quebrantó la ley, pero que representa hasta el día de hoy una de las cadenas de suministro más discretas, ingeniosas y efectivas que operaron en las sombras.
Capone nació en Nueva York, el 17 de enero de 1899. Precoz en el crimen, comenzó a trabajar con el poderoso gángster Johnny Torrio a los catorce años. Torrio se convirtió en su mentor y, a la manera de Goodfellas, la película de Martin Scorsese, inició al joven Alphonse en el mundo de las pandillas. Lo introdujo en la Five Points Gang, una de las bandas más peligrosas de todos los tiempos, liderada por Paul Kelly, un boxeador de peso gallo cuyo verdadero nombre era Paulo Vaccarelli Antonini.
Capone fue un muchacho ambicioso y astuto. Desde que Torrio se convirtió en su mentor, su sueño fue ser el modelo de gángster del futuro. Comenzó cortando boletos en casas de apuestas ilegales y recaudando dinero para el jefe. Le pagaban bien, aseguraba. Su facilidad para sumar y su inteligencia natural pronto lo ayudaron a ganar confianza y comenzar a escalar en la pirámide de la mafia. Torrio se había impuesto un objetivo: que Capone se mantuviera enfocado en las operaciones criminales y no se distrajera en los burdeles. Ya veremos esto más adelante, sin embargo, vale adelantar que esas visitas lo llevarían, en buena parte, a la ruina.

El joven Alphone Capone.
Con seis años de servicio, Capone comenzó a trabajar como camarero y guardaespaldas para un gángster llamado Frankie Yale. Yale tenía un pequeño bar en Coney Island, el Club Harvard. Una de sus noches de trabajo, el pandillero Frank Galluccio cruzó el umbral. Iba acompañado de dos mujeres. Capone se fijó en una de ellas y, en uno de sus cruces en el bar, le soltó un piropo. Galluccio lo oyó y montó en cólera, exigiéndole al camarero que se disculpara con la mujer. Capone no lo sabía, pero acababa de piropear a la hermana menor y mano derecha del gángster.
Capone trató de bajarle el perfil a la situación asegurando que era una broma. Esto, sin embargo, enfureció más a Galluccio, que se lanzó sobre Capone y, ya con ventaja sobre la pelea, se metió la mano al bolsillo. Sacó una navaja con la que apuñalaría en el cuello al maleducado guardaespaldas. Pero Galluccio estaba borracho y la hoja no penetró el cuello, sino la mejilla de Capone. Tras treinta puntos de sutura en el rostro, tuvo que pedir disculpas a la hermana de Galluccio y comprometerse a no buscar venganza.

La cicatriz de Capone.
Desde entonces, Capone daría explicaciones distintas sobre sus cicatrices: me las hicieron en la Primera Guerra Mundial o es culpa del inútil de mi barbero eran las más comunes. Desde entonces, las ocultaría empolvándose el rostro, y evitaría las fotografías desde su lado izquierdo. Desde aquel entonces, lo llamarían —siempre a sus espaldas— Scarface.
«Se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los barrios bajos pronto serán cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos». Es 16 de enero de 1920, y el reverendo Billy Sunday, un ex jugador de béisbol convertido al evangelismo, celebra la prohibición del whisky frente a 10,000 personas que le escuchan atentas. Se vetaban las bebidas con un graduación alcohólica superior al 0.5%.

El reverendo Billy Sunday en la Casa Blanca. National Photo Company.
Había dos grandes razones para exigir la prohibición: la primera eran las concentraciones suburbanas de inmigrantes que, aseguraban los habitantes de una América más rural, promovían la delincuencia y el enriquecimiento ilícito. Por otro lado, algunos grupos feministas sufragistas tradicionales —que conseguirían el derecho a voto ese mismo año—, aseguraban que el alcohol enajenaba a los hombres y vulneraba la paz de los hogares. Diversos movimientos por la ley seca comenzaron a organizarse por todo Estados Unidos, generalmente fundados en una raíz protestantista y conservadora.
Para 1920, entonces, comenzó la era de la prohibición: la cerveza, el vino y los destilados fueron abolidos, salvo por excepciones, como el vino para la comunión o el litúrgico para rabinos judíos. Sin embargo, había algo que los parlamentarios progresistas no consideraron al momento de votar a favor de la prohibición: EE. UU. estaba rodeado de países productores de alcohol: los canadienses hacían whisky; las islas caribeñas que estaban bajo mandato británico, como Jamaica, producían ron de caña y Ciudad Juárez se convertía como el mayor productor de whisky de todo México, además de sus destilerías tradicionales de tequila y mezcal. Desde la costa, lugares como las Bahamas y Cuba estaban solo a 50 y 90 millas de Florida, respectivamente, y conseguir ron fabricado con ellos también se convertía en una posibilidad.

“Solo quedan 45 días para beber”.
Entonces, el tráfico de alcohol se volvió algo relativamente sencillo, al menos en la teoría: solo necesitabas dinero y un medio de transporte terrestre o acuático. Los contrabandistas no lo sabían, pero estaban practicando el nearshoring para abastecer a los bares clandestinos. La mercancía era barata y los consumidores estaban dispuestos a pagar una buena cantidad de dinero por un vaso con alcohol. La voz corrió con la velocidad del whisky y, si antes de 1920 había 15,000 salones legales para sentarse a beber; apenas algunos meses después ya había 32,000 bares ilegales en Nueva York.
Los contrabandistas se convirtieron en el motor de la economía clandestina. Si bien Al Capone fue el más famoso de la historia, no fue el primero, ni tampoco se dedicó únicamente a comerciar con alcohol. Antes de él hubo otros que tantearon el terreno y perfeccionaron las formas de abastecerse.
Muchos contrabandistas de la primera mitad del 20 trabajaban solos. Los que no podían viajar a comprar el alcohol, lo hacían en sus propias casas; o redestilaban el alcohol medicinal para insertarlo en los mercados ilegales. Un contrabandista hábil y destacado tenía que saber de diversificación, procesos logísticos complejos y, sobre todo, mitigación de riesgos: el precio a pagar era la prisión, así que había pocas oportunidades. El objetivo, además de mover el alcohol, era permanecer en silencio.
Los operadores estaban a cargo del movimiento de la mercancía: aprendían los patrones de vigilancia de las policías, y aprovechaban los días de misa y elecciones, cuando la atención se desviaba, para ponerse manos a la obra. Construían paredes falsas en lugares abandonados o en sus propias casas, y ahuecaban sus automóviles para convertirlos en bodegas con ruedas.

Inspección federal de un carro para el contrabando de licor. Tacchassen.
Sin embargo, esta era apenas la última milla de ese proceso comercial. La cadena de suministro imitaba al comercio legítimo: comenzaba con destiladores que lo producían; seguía con transportistas que lo movían a los almacenes de distribución; estos volvían a hacerlo circular entre sus compradores y, al final, los camareros lo llevaban servido en vasos de cristal en cuartos ocultos. Lo curioso eran los pequeños eslabones que iban apareciendo a lo largo de la cadena: políticos sobornados; mecánicos amigos; granjeros que prestaban un granero como escondite o policías y farmacéuticos corruptos que hacían la vista gorda en la fiscalización y venta de alcohol, respectivamente. Los contrabandistas estaban a cargo de todos los eslabones de su cadena: comerciaban el grano con los agricultores y el movimiento de la carga marítima con los dueños de los barcos. Documentar era reconocer la participación de un negocio ilícito, así que los acuerdos eran de palabra.
Un apretón de manos era igual o más importante que cualquier solicitud de compra. No eran meros trámites burocráticos, sino planificaciones sencillas pero cuidadosas. El sistema podría parecer algo frágil desde la actualidad, pero cada parte protegía a la que estaba por venir.
La calidad de los licores variaba de acuerdo al proveedor, el país de origen y la temporada. Es lógico pensar que un mejor licor fidelizaba a los clientes. Mientras algunos contrabandistas menores cortaban el alcohol con azúcar o saborizantes, otros, como Capone, se hacían famosos por un alcohol limpio y de alta graduación. El whisky se convirtió en el favorito para aquellos que buscaban un sabor refinado y familiar. Para aquellos que no tenían mucho presupuesto para beber, y que generalmente se aglutinaban en los enormes salones de baile clandestinos, el aguardiente casero era una opción pertinente.

Botellas de whisky escondidas en moldes de pan ahuecados. AP.
El transporte era, sin duda, la parte más importante de la cadena. Un contrabandista conocía a la perfección los caminos; afinaban sus motores para alcanzar mayor velocidad y alteraban la suspensión para poder manejar cargas más pesadas. Su única ambición era integrarse al flujo común de los automóviles.
Los contrabandistas no eran precisamente cooperadores ni sindicalistas. Las relaciones entre ellos eran, a decir lo menos, complicadas. Mientras los sicilianos dominaban la zona de Chicago y Nueva York, por ejemplo, los judíos del Purple Gang mandaban en Detroit. Los enfrentamientos no se demoraron en llegar.
La necesidad de acuerdos se hizo evidente tras La Matanza de San Valentín, donde cinco hombres fueron fusilados en un garaje. El ataque se le atribuía a un hombre llamado Alphonse “Al” Capone, que para fines de la década ya no era más un camarero ni un guardaespaldas, y nadie se atrevía a blandir una cuchilla frente a él. Capone tenía control total sobre la política, las policías y el contrabando. Dicen que para ese San Valentín, él planeaba deshacerse de su rival criminal irlandés, Bugs Moran. Para esto, trazó el plan, designó a los encargados y se fue unos días a Florida. La crudeza del crimen y la posterior repercusión mediática obligaron al gobierno federal a intervenir, y la red de Capone se desarticuló. Tras una intensa investigación, solo hubo una forma de poner al capo tras las rejas: probando que había evadido impuestos.

Tras la Matanza de San Valentín, Capone se convirtió en el blanco principal de las autoridades, pero la única manera de demostrar su culpabilidad era a través de la evasión de impuestos. FBI.
Y es que parte más importante de la cadena de suministro de Capone era aquella que no correspondía a bebidas: sus sobornos a policías y políticos lo tenían por encima de autoridades como el alcalde. Capone sobornaba a manos llenas: ganaba más de 60 millones de dólares al año, y tenía dinero para regalar. El Departamento del Tesoro, que era responsable de la lucha contra el tráfico de alcohol, despidió a 706 de sus agentes e imputó a 257 por involucrarse con los mafiosos.
El sueño de un país sin bebida había sido, a todas luces, un fracaso. Las autoridades progresistas y demócratas, sobre todo de las grandes ciudades, consideraban que la prohibición era una práctica retrógrada, condicionada por las creencias religiosas de un grupo. Parecía que había más gente bebiendo que en 1920, y el alcohol comenzó a instalarse entre las juventudes. Era un ocio respetable, que encarnaban personajes ilustres como el escritor Francis Scott Fitzgerald; siempre ebrio a su elegante manera.
En 1928, los demócratas levantaron como candidato a la presidencia a Alfred E. Smith, hasta entonces gobernador de Nueva York. Smith se declaraba húmedo —es decir, contrario a la prohibición— y católico. Si bien perdió contra Herbert Hoover, un protestante que no estaba dispuesto a ceder a las demandas de los bebedores, para 1932 Franklin Delano Roosevelt se convirtió en el nuevo presidente. En 1933, legalizó la cerveza, el vino y la sidra.

“¡Queremos cerveza!”. JNEEBS.
Tras el encarcelamiento de Al Capone por evasión de impuestos y enriquecimiento ilícito, fue enviado a una prisión en Atlanta en 1931. Sin embargo, el capo era sencillamente incontrolable: seguía supervisando sus negocios tras las rejas, así que tres años después lo trasladaron a Alcatraz, la cárcel de máxima seguridad ubicada en una isla. Capone se convirtió en uno de sus prisioneros más ilustres.
En la medida que el país dejaba la prohibición atrás, también olvidaban a Al Capone. Para cuando fue liberado, en noviembre de 1939, ya había pasado varias veces por el hospital de la prisión por síntomas avanzados de sífilis —que habría contraído en los burdeles a los que su primer mentor, Torrio, tanto temía—. Salió de Alcatraz financieramente arruinado, dependiendo de sus hermanos y sufriendo de demencia. El gángster más famoso de la historia murió en la bañera. Tenía 47 años. Afuera, las personas habían recuperado el derecho a brindar.

Celebración del final de la prohibición en un bar de Chicago. AP.
Sabemos que los negocios necesitan estándares legales y éticos para funcionar: el día de hoy, los departamentos de Compras piensan en todo: desde el cumplimiento de los criterios ESG hasta la transparencia en los precios de sus cadenas de suministro. Sin embargo, la historia nos ha dado momentos, como el de la prohibición, cuando la logística se alza como protagonista del crimen.
Compártelo con tu red y sigamos fortaleciendo juntos la comunidad de líderes en compras y procurement en Latinoamérica.
05 de Diciembre, 2025
05 de Diciembre, 2025
03 de Diciembre, 2025